Aquella primera tarde, pues llegamos a las 3, se gastó en buscar hospedaje, comer un riquísimo Pollo al horno con pastel de papa en el mercado (demasiado buenooooooo) y descansar en la playa cerca de un enorme barco. Luego de algunas zambullidas en el mar, tomamos la mejor cerveza de nuestras vidas tan heladita, en tanto calor.
Al día siguiente vendimos algo de Abluciones vanas y Vello húmedo por la playa, la gente nos recibió o misia o muy emocionada, pero no nos fue muy bien. Luego de descansar la tarde en la paradisíaca y tranquila playa de Catarindo, el hambre y las ganas de pasar un último domingo playero holgadamente nos obligaron a ponernos las pilas para vender las publicaciones aquella noche. El trabajo fue arduo, al principio los miedos y las inseguridades fueron traba pero poco a poco el abordaje a las personas se volvió natural, la gente andaba de mejor humor y con ganas de querer descubrir algo nuevo (tal vez nosotros estábamos más relajados y más dispuestos) y fue más receptiva. Luego de un momento de venta personal decidimos tender el pareo de Maru y echar las publicaciones ahí, en el malecón donde se f
Experiencias como ésta me reafirman ciertas ideas: si uno le pone ganas, empeño y buenas energías a lo que hace todo es posible, sé que suena a Legalmente rubia pero es bueno soñar y tener aventuras. No sé cómo compartir con Ustedes la satisfacción tan grande que se tiene al comer un Pollo a la Brasa que ha costado tu real trabajo (de venta y de producción), un real trabajo que significa mi pasión hacia la vida, lo que más me gusta hacer y con lo que mejor me siento: la literatura.
ES POSIBLE. La literatura una vez más me ha dado qué comer, qué vestir, dónde dormir y alas en los pies para
Y para despedirme quiero dejarles con unos versos de Rimbaud (al que estuvimos leyendo durante casi cada momento de la travesía –es hora de un verso, un verso–):
¡Ha sido encontrada!