Estoy aquí para hablar de la revista Dragostea CMYK dedicada al tema del exceso, p
ero antes y quizá de una forma más testimonial quisiera hablar del grupo Dragostea que conocí aproximadamente hace unos cinco años atrás cuando María Miranda, Robert Baca y Jorge Vargas aún eran estudiantes de la Escuela de Literatura. Con ellos compartí más de tres años de mi vida universitaria y puedo decir que en ese lapso se fue generando un afecto especial, quizá no tanto por los conocimientos que intentaba transmitirles, sino porque poco a poco surgió un vínculo humano y afable propio de la labor pedagógica, relación que con el transcurrir del tiempo siento que se ha fortalecido.
El año 2009 participé en el comité editorial del primer número de la revista Espiral de la Escuela de Literatura y Lingüística. Ahí se publicaron los trabajos ganadores del Tercer concurso literario “Jorge Cornejo Polar” donde María y Robert estuvieron entre los premiados en ensayo y poesía respectivamente. Jorge también publicó un ensayo sobre la enseñanza de la literatura en el que con mucha espontaneidad reflexionaba sobre cómo a través de la literatura se puede adquirir una existencia verdadera, y en particular me llamó mucho la atención un curioso detalle que incluyó sobre los atardeceres grasosos de Arequipa que un cuento de su compañero Percy Prado le había permitido descubrir. Esta visión sobre la Literatura y la vida, tan lle
na de emociones, revelaba una sensibilidad y una peculiar forma de ver el mundo real por medio del mundo literario, y creo que esto era una característica común en todos integrantes: Vitalidad y sensibilidad, que desbordaban dentro y fuera de las clases. Por ejemplo, recuerdo una vez que al inicio de la calle Mercaderes encontré a María y Robert vendiendo al paso unos hermosos poemarios; esa imagen la asocié con una fotografía en la que Sartre y Simon de Beauvoir aparecían distribuyendo su periódico en las calles de París.
Cuando me pongo a pensar sobre mi vida universitaria de manera inevitable me viene a la mente el recuerdo de algunos alumnos que me han enriquecido no solo en el plano intelectual y académico, sino principalmente como persona, entre ellos ocupan un lugar especial este grupo conformado por María, Robert y Jorge. Y creo que lo más importante de toda relación humana se basa cuando nos reconocemos en el otro, es decir cuando encontramos una afinidad en los sentimientos, aunque no necesariamente en las ideas.
Entre las diversas publicaciones que ha hecho el grupo Dragostea, está la revista Dragostea CMYK. Confieso que siempre me inquietó el nombre y la verdad hasta ahora no sé exactamente qué significa. Pensé en la famosa canción “Dragostea din tei” y el acrónimo de los colores Cian, Magenta, Amarillo y Negro, pero sus correspondientes en inglés. Si fuera correcta mi interpretación diría que es una revista que rompe las fronteras del género y apuesta por la diversidad, no solo sexual sino también textual. Quizá sea un error de mi parte afirmar esto, pero por algunos trabajos anteriores que leí de ellos donde abordaban de manera directa el tema no creo haber cometido una equivocación. Y quizá también esto se reafirma en esta nueva versión de la revista, a partir del epígrafe de Marcel Schwob donde se alude a la inmensidad hormigueante del universo.
La revista Dragostea siempre ha organizado todos sus números en base a una temática, en este caso corresponde al tema del exceso. En el editorial dejan en claro que el exceso siempre se ha relacionado con el vicio, pero en realidad es una forma más de la manifestación de la vida, por ello asumen el exceso como la realidad llevada al límite. Aquí merece plantear una distinción importante: el límite y el exceso. Omar Calabrese, un teórico del neobarroco de fines del siglo XX y comienzos del XXI, dice que el exceso es la ruptura del límite. En la literatura se plasma en lo neobarroco, ahí los excesos conllevan a una heterogeneidad formal tanto de contenidos, formas y estructuras discursivas.
Me pregunto ahora, ¿rompen el límite los textos incluidos en este número de Dragostea? Mi respuesta se
ría la siguiente: No todos. Por ello voy a mencionar algunos de ellos que me han provocado cierto impacto. “Kunan Cristo” de Jorge Vargas es un relato que desde mi punto de vista rompe varios esquemas. Un Cristo crucificado, ensangrentado y andino pide que lo desclaven de su cruz y con voz de mujer anuncia: “Seamos todos cholos”, y luego es coronado con un chullo. La visión andina posmoderna que se desprende de este cuento creo que suscita en el lector replanteamientos sobre su percepción en torno a cuestiones religiosas, culturales y hasta éticas. El abrazo final que le hace el Cristo a la mujer dispuesta a lavarle los pies, tiene un hondo significado de reconciliación cultural.
El ensayo de María Miranda de manera más explícita aborda el tema del exceso a través de l
a reflexión que hace sobre la obra “La ciudad de los tísicos” de Abraham Valdelomar. El lenguaje poético neobarroco con que va analizando diversos pasajes de la obra, me ha hecho disfrutar de la belleza de las palabras cuando estas están donde deben de estar. Igualmente en el texto híbrido “La pesadilla de los árboles” de Robert Baca se produce una intertextualidad donde se conjuncionan poesía y narración. En particular, me agradó mucho la forma cómo inserta una noticia sobre el hallazgo de un cadáver en Arequipa y cómo presenta a Arequipa a través de las calles y lugares donde suceden los hechos. Asimismo, el poema “1903 (dimensión fractal)” de Martín Zúñiga concreta muy bien esta estética posmodernista del exceso.
Merece también destacar la convocatoria que han hecho para este número, ya que además de colaboraciones nacionales están presentes textos provenientes de escritores de Chile y México, como integrantes de esta generación de jóvenes que si bien no han pecado de exceso, sí han bordeado los límites de la imaginación.
Rosa Núñez Pacheco
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