sábado, 26 de diciembre de 2009

----SOBRE LA "BALADA DE LA PIEDRA QUE CANTA" DE JUAN PABLO MEJÍA

HYPERBALLAD

El universo que nos propone Mejía es claro y contundente desde el propio título. Hay pues, de principio a fin, no sólo de balada —que no por balada es fácil, pegajosa o huachafa, si no más bien es lírica, dolorosa y hasta bucólica— hay de rock, de post-hardcore, de metal desgarrándose, hay hasta de buen pop para enamorados.
‘La balada de la piedra que canta’ cuyo título particularmente me encandila, se alza pues, se enarbola en nombre del corazón, del corazón de la piedra, del corazón del árbol; en nombre de los enamorados que han cruzado paisajes extrañamente campesinos y que, por lo general, pierden.
De este dolor de un yo poético gris, desdichado, solo con su esqueleto a cuestas, se puede paladear un gusto, ya no a balada, sino a canto fúnebre.
Esa noche que cae de golpe, como un puñetazo o un túnel sorpresivo en la carretera y que se expresa con el juego retórico de la sombra y de la oscuridad parece derrotar al yo poético que sólo habita, pero no comparte, que por supuesto ama, que espera, pero que, y por sobre todas las cosas, recuerda.
Enérgicamente discuto la idea del individuo perdedor (ya que ha perdido) que se encuentra sin salida en un laberinto de recuerdos manifestados simbólicamente en cabellos metafísicos y miradas. Es antojadizo y simple dejarnos llevar por esta que podría ser la primera impresión.
Mejía postula una poesía omnipotente, una poesía que contiene a la misma existencia, una poesía que hace cantar —y esto es obvio— a las flores, a los pájaros, a la oscuridad, a los árboles, por supuesto, a la piedra, a la muerte.
Mejía hace que la muerte cante juguetona y contenta, como juguetones y contentos son los elementos anteriormente mencionados. Así, el autor enfrenta a la muerte y la vence; se sienta sobre ella y toca feliz su violín, o su quena, o su balalaika. Mientras más alegre, mejor. La música pues no es sólo el vencimiento de la muerte, es, como he dicho, una celebración, es fiesta, es el sexo mismo que bailotea.
Hace poco leí que la Danza de las tijeras es una manera enérgica y poderosa de hacerle frente al dolor, a la muerte. ‘La balada de la piedra que canta’ es la manera con la que Juan Pablo Mejía ha decidido hacerle frente a su propio dolor que, no es difícil de adivinar, es el dolor tuyo y mío. Los temas universales son recurrentes en este poemario que con cuidado quirúrgico, con un cuidado milimétrico (producto, supongo yo, del arduo empeño con el que Juan Pablo desarrolla su trabajo impecable de editor), ese cuidado es el que le da prestancia al poemario. Limpieza en la palabra, fluidez de un lenguaje que cabecea sin escrúpulos entre la alta disquisición filosófica y la, a veces, incomprensible entrega romanticota de los enamorados.
De ahí la versatilidad de este poemario. Puede servirle tanto al intelectual que quiera sorprender a su pata existencialista, como al que intenta seducir a la flaquita plástica del inglés.

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